19 mayo, 2006

El arte de la seducción

Como persona curiosa que soy, tiendo a preguntarme a menudo el porqué de las cosas, incluso cuando la mayoría de las veces la respuesta a tal pregunta no me va a aportar nada útil, ni científica ni humanísticamente hablando. ¿Cómo funciona un compact disc? ¿Por qué los botijos mantienen mejor la temperatura del agua? ¿Cómo se sabe que la memoria de los peces es de tan sólo unos segundos?... En fin, como se puede apreciar la respuesta a estas preguntas no va a cambiar en nada mi vida, pero por extraño que parezca, hace que duerma un poco más tranquilo. Sin embargo, de vez en cuando me suelo topar con preguntas que, más allá de la respuesta anecdótica que puedan contener, me hacen plantearme otras más interesantes desde un punto de vista filosófico.

Me preguntaba yo hace poco por qué las personas tendemos a mirar hacia la izquierda cuando recordamos y hacia la derecha cuando accedemos a la parte del cerebro que empleamos para inventar cosas e, investigando sobre el tema, he descubierto que curiosamente en el lenguaje corporal los gestos que plantean mayor dificultad a la hora de ser interpretados son los de la seducción. ¿Por qué si lo que pretendemos es comunicar a otra persona nuestro interés por ella somos tan enrevesados? Todo sería mucho más sencillo si existiese algún detector de compatibilidad. De hecho, los japoneses, que son los primeros en inventar cualquier gadget que podamos imaginar, han creado una especie de llavero que programamos según nuestros gustos, aficiones, manera de ser etc... Mediante tecnología inalámbrica, cuando este dispositivo se encuentra cerca de otro que considere “compatible”, emite un sonido advirtiéndonos de que estamos cerca de una persona que podría interesarnos. Aunque sólo sea por la situación que se genera y que facilita el conocer a alguien al que probablemente no prestaríamos atención, este invento ya merece la pena.

Retomando de nuevo el tema de la seducción y la dificultad para interpretar estos gestos, más allá de la represión moral de la que hablaba el estudio que leí, he llegado a la conclusión de que el verdadero motivo de esta complejidad interpretativa radica en el hecho de que, seducir significa mentir. Cuando seducimos no pretendemos comunicar a otra persona que estamos interesados por ella, lo que realmente queremos es que se interese por nosotros, y para ello mentimos. Pretendemos que nos vea más guapos, más inteligentes, simpáticos, divertidos e interesantes de lo que realmente somos, y claro, al final, cuando la seducción se acaba (a veces incluso años después de haber comenzado) es cuando solemos sentirnos ligeramente defraudados y, por qué no decirlo, engañados.

¿Qué sucedería si fuésemos completamente sinceros desde el principio? ¿Y si, no sólo nos mostrásemos tal y como somos, sino que además, comunicásemos sin rodeos a la persona que nos interesa nuestro interés por ella? Probablemente evitaríamos dejar pasar muchas oportunidades que se escapan por falta de valor, por interpretaciones erróneas de los gestos de seducción o por simple cuestión de tiempo para ejecutar nuestro ritual de seducción, pero por otro lado, ¡sería todo tan aburrido!

Escucho:
Hans Zimmer - Chevaliers De Sangreal (BSO El Código Da Vinci)

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

[¿Qué sucedería si fuésemos completamente sinceros desde el principio? ¿Y si, no sólo nos mostrásemos tal y como somos, sino que además, comunicásemos sin rodeos a la persona que nos interesa nuestro interés por ella?]

Probablemente lo que sucedería es que asustases a la otra persona y ya no podrías conseguir tu objetivo, o, en el mejor de los casos, que no te tomara en serio, de forma que podrías hacer un gran esfuerzo de seducción para convencerla de que iba en serio...

19 mayo, 2006 10:04  
Blogger Rock Mad said...

Seducir es un arte, como lo es la música, la literatura o la pintura. Los mensajes que se pueden transmitir son infinitos, pero las herramientas para hacerlo no lo son. Si en la música se llaman notas, o en la literatura palabras, o en la pintura pinceladas y colores, en la seducción se llaman gestos. Pero los gestos no son infinitos, son limitados. Existe un catálogo de gestos universales y nosotros, de un modo un otro, hacemos nuestros algunos de ellos. Así, de esa manera, hay músicos que suelen componer en un tipo de escalas; o pintores, que atraviesan su etapa rosa, o azul.

Por tanto existe un número limitado de gestos, y me atrevería a decir que no los escogemos nosotros (¿alguna vez has sonreído de 16 maneras diferentes en función de la persona con la que hablas? No, simplemente sonríes), sino que es el gesto el que nos escoge a nosotros. Así puedes ver los mismos gestos en personas distintas, en momentos diferentes, incluso con intenciones distintas.

Y ¿dónde reside el mérito? Yo creo que en conocernos a nosotros mismos, que indetifquemos nuestros gestos, que aprendamos a controlarlos y a usarlos para comunicar. Porque al fin y al cabo no es más que una cuestión de comunicación.

Y, si la seducción es un arte, ¿dónde se puede contemplar? La música tiene sus auditorios, la pintura sus museos y la literatura sus bibliotecas. ¿Dónde descansa el arte del gesto? No lo sé. Pero sería muy instructivo aprender de los gestos de los demás. De cómo los han empleado y qué éxito o fracaso les acompañó.

En fin, que mientras filosofamos y hacemos ciencia de todo esto, es posible que esté pasando frente a nuestra casa la persona más maravillosa del mundo. Y pasará de largo de nuestra vida como no salgamos y le sonriamos.

¡Cuánto desearía ser el vizconde de Valmont!

RM

19 mayo, 2006 10:23  
Blogger Kairos said...

Hola Azteca, encantado de leerte por aquí. Menuda sorpresa :-).

La hipótesis en la me preguntaba qué sucedería si nos mostrásemos tal y como nos sentimos, sin rodeos, implicaba que lo hiciésemos todos sin excepción, y por supuesto, que esta práctica estuviese tan extendida que no nos sintiésemos apabullados cuando alguien nos confesase sus sentimientos. En cualquier caso, y aunque esto fuese así, estoy de acuerdo contigo en que no sería el mejor método. Las cosas que se consiguen sin esfuerzo se valoran menos aunque, es cierto que a medida que pasa el tiempo y uno sufre más reveses sentimentales, nos planteamos cada vez más a menudo si merece la pena volver a darlo todo sin esperar nada a cambio (siempre se espera algo a cambio).

Comentaba Rock que el arte de la seducción se basa en conocerse a uno mismo, pero no estoy del todo de acuerdo. Por mucho que nos conozcamos, que dominemos nuestro lenguaje corporal y que controlemos cada músculo para seducir, al final siempre depende de quien interpreta esos gestos. Lo que a unos les parece evidente a otros no tanto, y si no recibimos una muestra de que se han entendido esos gestos y se quiere seguir con el juego es probable que interpretemos que esa persona no está interesada en nosotros y terminemos desesperando cuando, quién sabe, quizá simplemente no supo leernos o no supimos leerle nosotros.

Como decía, todo un arte y un juego. Y como todo juego, tiene sus riesgos.

19 mayo, 2006 18:16  

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